Fotos: Redes sociales Recetario para la memoria
Las enchiladas son “ese platillo que jamás se volvió a cocinar en casa” desde el 29 de noviembre de 2017, cuando desapareció Jorge Omar Gómez. Como cuenta su hermana, Luz Nayeli Gómez Becerra, ese plato quedó casi en el olvido porque su mamá, Rosalina, ya no quería cocinar: “Desde que Jorge desapareció, no volvió a ser la misma”.
No sólo eso: el comedor dejó de ser el punto de reunión para disfrutar, y si lo usaban, cuando miraban la silla vacía no podían probar bocado por pensar si él estaría pasando hambre. Nadie usó más la silla en la que se sentaba Jorge.
Con una desaparición el hambre se va, y si las personas comen no es como antes, ni en el mismo lugar. No hay ganas de comer ni de cocinar lo que disfrutaba la persona desaparecida. Cuando sus seres queridos comen, suelen hacerlo con rapidez o fuera de casa. Evelina Guzmán Castañeda, del colectivo Justicia y Esperanza, de San Luis de la Paz, Guanajuato, recuerda cuando, al salir a buscar a sus familiares —como ella busca a Samuel Guzmán Castañeda, su hermano—, varias personas comieron en la calle y enfermaron del estómago.
Cuando desaparece un familiar “hay una doble desaparición, sobre todo porque la persona que sale a buscarlo está ausente de su núcleo familiar: hay una ausencia doble”, dice Evelina, quien lleva más de una década buscando a su hermano.
Alejandra Díaz Castro, del colectivo Buscadoras Guanajuato, desde 2020 investiga dónde está su hermano Felipe Díaz Castro. Para ella, “a partir del día cero de la desaparición, en términos generales, la dinámica familiar cambia completamente”. En algunas familias, cuando desaparecen los varones, que en su mayoría son los proveedores, las mujeres se vuelven buscadoras, y al hacerlo descuidan su alimentación.
En ese torbellino de cambios están las comidas que dejan de prepararse porque eran las personas desaparecidas quienes las cocinaban. “Hay veces que quieres cocinar y hay veces que no quieres ni siquiera comer”, confiesa Olimpia Montoya, del colectivo Proyecto de Búsqueda Guanajuato, quien rememora que su hermano Marco Antonio Montoya Juárez cocinaba para todos; con su ausencia, su familia se fragmentó. “No sabíamos cómo manejar este dolor tan grande dentro de la familia, el que ya no estuviese”, comparte, y cuenta que el platillo de Marco Antonio volvió a cocinarse cuando ella participó en el libro Recetario para la memoria. Guanajuato. Olimpia preparó la discada que Marco Antonio hacía cuando estaban reunidos; hacerlo fue recordar y honrar los momentos en familia.
En cada receta está la fotografía de la persona desaparecida a la que le gusta esa comida. En el apartado de la discada para Marco Antonio, se le ve sonriente en una imagen de una fiesta familiar, que eligió Olimpia porque refleja su personalidad.
“Después de la desaparición no te dan ganas de hacer nada más que buscar, buscar, buscar”. Así le pasó a María Elena Rodríguez, del colectivo ¿Dónde están?, de Acámbaro. Al preparar otra vez “Quesadillas de flor de calabaza para Adán” recordó cuando, de niño, él recogía con sus manos pequeñas las flores. Las quesadillas eran unión familiar desde que decidían qué desayunar, salían a caminar a buscar las flores y las preparaban. Indecisa entre cocinar un mole o enmoladas, eligió las quesadillas; al hacerlo amasó y recordó la infancia de su hijo.
El libro fue el camino para que las familias regresaran a la cocina y contaran quiénes son sus familiares, qué les gusta comer y por qué es su platillo favorito. Al hacerlo, lograron “tener impreso, en un recetario, algo que nos ayuda a nutrir la memoria”, agradece Luz Nayeli, del colectivo Buscadoras Guanajuato.
Antes de sumarse al proyecto, Evelina llegó a pensar que olvidaba la sazón. Ella es una incansable buscadora de su hermano, quien desapareció en 2011 junto con 21 personas migrantes que se trasladaban en un autobús hacia Estados Unidos.
La receta que preparó fue la de las costillas en salsa verde con arroz, porque es el platillo favorito de Samuel. Cada vez que su mamá cocinaba costillas preparaba una parte en salsa roja y otra en salsa verde para él. Esta receta y las de otras familias visibilizaron la desaparición de personas migrantes.
Volver a cocinar
Alejandra Díaz se comunicó con la fotógrafa Zahara Gómez Lucini para hacer el proyecto en Guanajuato después de conocer su libro Recetario para la memoria con recetas del colectivo Las Rastreadoras del Fuerte, en Sinaloa, en 2018. Ese libro está acompañado con fotografías de Zahara, quien se presenta diciendo: “Investigo temáticas sociales a través de la fotografía”.
Así nació el libro de las recetas de Guanajuato, que agrupó a diez colectivos y a algunas familias independientes. “El proyecto ha rebasado las expectativas: desde que el libro propició la participación de las familias para establecerse en un espacio de confianza, donde pudieran expresar a través de la comida su testimonio, pero también que vivieran una experiencia basada en el recuerdo y en la memoria”, comparte Alejandra.
El colectivo Buscadoras de Guanajuato se distingue por vincularse con proyectos creativos y culturales para incidir entre las familias de personas desaparecidas y para que la sociedad se informe y empatice con ellas en torno a este problema. Este libro, que conjunta las recetas y las fotografías, fue coeditado con la Ibero León y es un proyecto en conjunto entre la fotógrafa Zahara Gómez Lucini, la periodista Daniela Rea y la escritora Clarissa Moura, con el colectivo Buscadoras Guanajuato.
El primer paso fue invitar a todos los colectivos en Guanajuato y a todas las familias que buscan a un familiar desaparecido y no pertenecen a un colectivo. Alejandra coordinó esta tarea, consistente en invitarles a un espacio diferente al del Ministerio Público o al de la Comisión Local de Víctimas. El libro muestra a las buscadoras fuera de las notas de seguridad y las sitúa en un espacio íntimo, como el de la cocina. Al encender las estufas consiguieron “un espacio de paz, de construcción de paz y, a la vez, también se empezó a generar un proceso de construcción de memoria a través del recuerdo y de la receta”, afirma Alejandra y añade que cocinar juntas les dio un espacio terapéutico y de sanación.
Narra que preparar la comida favorita de cada persona desaparecida fue recibir un bálsamo, porque “al volver a cocinar una receta que nos causa dolor, al mismo tiempo recordamos y no dejamos olvidar”.
Si al cocinar se demuestra el cariño hacia alguien, este libro es una declaratoria del profundo amor de las madres, esposas y hermanas que buscan a sus personas desaparecidas. “Por el amor que les tenemos a nuestras personas desaparecidas para buscarles, para recordarles y para honrarles a través de la comida y generar memoria, plasmar sus nombres, sus apellidos, quiénes eran, qué comían, cómo convivían con nosotros”, explica.
Cocinar “Almuerzo de rancho para Felipe” hizo, como relata Alejandra, que pudiera “volver a encontrarse con la risa de Felipe y hacer a un lado un poco el dolor de su desaparición”. Así, Alejandra sabe que su hermano está inmortalizado con su receta y en ella están los recuerdos de cuando vivían en un rancho donde él iba a la milpa a traer huitlacoche y a cortar las flores para el desayuno.
Encontrar otras recetas
Olimpia Montoya, hermana de Marco Antonio Montoya Juárez, ha visto que la crisis por la desaparición de personas afecta a miles de familias. Esa vez que cocinaron fue una unión distinta a la de las jornadas de búsqueda: cocinaron y probaron los platillos de las personas desaparecidas que antes veían en fotografías en las marchas. Los lectores encontrarán la gastronomía guanajuatense y un acercamiento a la problemática de las personas desaparecidas.
Cada receta está narrada sencillamente para quienes, como dice Olimpia, “no somos tan buenas cocinando”, porque las familias “explican con mucho amor sus recetas y son fáciles de replicar”, como lo fue para ella, que trabaja en el ramo de los productos y servicios de belleza y no cocina tanto como su hermano Marco Antonio.
En el apartado “Aquí había un campo” se narra, por medio de los testimonios de las familias, cómo la cocina cambió en los distintos municipios de Guanajuato debido a la industrialización del estado y a la agroindustria.
“Mi hermano Felipe llegaba con ramilletes de flores de calabaza recién cortadas. Entonces, mi mamá nos preparaba tortillas recién hechas alrededor del comal”, evoca Alejandra. Su recuerdo familiar contrasta con el avance de la violencia en su estado y en el país.
¿Amanecieron con ganas de ayudar a las mujeres buscadoras en #Guanajuato?
— Buscadoras Guanajuato (@Buscadoras_Gto) September 12, 2023
Acá te dejamos este bonito proyecto del @recetario_mx que impulsamos con las autoras Zahara Gómez, Clarisa Moura y @DanielareaRea #TeSeguimosBuscando #HastaEncontrarles pic.twitter.com/Bxc8ILLWiO
A inicios de 2023, el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, se pronunció públicamente para hacer un llamado al gobierno mexicano porque “a cinco años de la entrada en vigor de la Ley General sobre Desaparición de Personas en México, el país aún no ha actuado con firmeza para combatir este crimen atroz que afecta a cientos de miles de personas”. En este pronunciamiento advierte del problema de impunidad en el país, donde sólo se procesan entre 2 y 6 por ciento de los casos de desaparición.
El Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) muestra que en Guanajuato hay 2 mil 631 personas desaparecidas y no localizadas, mientras que en Jalisco son 14 mil 888 (datos desde el 1 de enero de 1962 hasta agosto de 2023). Sin embargo, colectivos de la sociedad civil advierten del subregistro debido a la deficiente coordinación entre las autoridades, además del hecho de que hay familias que no denuncian por miedo. Aun con datos incompletos, en la línea del tiempo del RNPDNO se ve el incremento acelerado de las desapariciones.
Al cocinar, las buscadoras conocieron qué les gustaba comer a los hijos o hermanos de sus compañeras de jornada de búsqueda. El día que se reunieron en Celaya para las sesiones del Recetario para la memoria, prepararon sus platillos, platicaron quiénes eran sus familiares y por qué ellas eligieron ese platillo.
Juntas pusieron la mesa para compartir comidas como “Caldo de camarón para Charly”, “Enchiladas para Anwar” o “Mole verde para Manuel”. También recetas sencillas como “Huevitos a la mexicana con frijolitos refritos para Jaime”, que, como dice María Elena Rodríguez, es un “platillo tan sencillo, pero tan significativo” como las quesadillas que ella le hacía a su hijo. La comida las fortaleció, como lo describe Olimpia, y las hizo saberse “una gran familia de familias”.
El costo de buscar
Organizaciones civiles, como Amnistía Internacional, documentaron cómo el Estado ha sido incapaz de atender y detener las desapariciones. El título del informe de Amnistía Internacional de 2016 lo resume: “Un trato indolente, la respuesta del Estado frente a la desaparición de personas en México”.
Ante esa indolencia, son las familias, en especial las madres, las que hacen red y buscan. “Vengo de una búsqueda”, dice Luz Nayeli al recibir la llamada para la entrevista. Sus días se van entre la fiscalía, revisar carpetas, acudir a búsquedas, visitar varios municipios, apoyar a otras familias que recién viven la desaparición de su familiar, organizar las marchas; son tantas actividades que las buscadoras se ven en la necesidad de dejar de trabajar, o bien recortan sus jornadas laborales. La tarea de buscar no sólo quita el hambre, también provoca perjuicios a la economía de las familias, restándoles ingresos y obligándolas a asumir gastos imprevistos, como si se tratara de enfrentar una enfermedad catastrófica.
En el colectivo Buscadoras de Guanajuato lo que han hecho para costear los gastos es financiar, entre las familias, a dos de las compañeras para que puedan salir a la búsqueda y continuar con sus investigaciones. También asisten a quien recién sufre la desaparición de un familiar. Por eso, su principal recomendación es acercarse a colectivos para que les orienten en cuanto alguien desaparece. Su trabajo ha impulsado la creación de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas y la Ley General de Atención a Víctimas, así como la Comisión Nacional de Búsqueda.
Cargar saldo para el celular, pagar los traslados al Ministerio Público, buscar asesoría jurídica, comprar varillas, picos, palas y botas acondicionadas para ir a buscar al terreno son algunas de las muchas tareas que enfrentan las familias a partir de una desaparición, además de la necesidad de apoyo psicológico. Los recursos reunidos por la venta de este libro servirán para los colectivos de búsqueda en Guanajuato.
Corresponder
En su receta, María Elena comparte cómo hacer quesadillas con flor de calabaza y también el hecho de que Adán fue encontrado sin vida. “No fue la manera en que yo lo esperaba de regreso, pero ya no está la incertidumbre que te carcome tu alma”, dice triste, pero tranquila.
Eso no hace que deje de participar en las brigadas de búsqueda: lo sigue haciendo para “corresponder a todas las personas que vinieron a ayudar de todo el estado; yo supe lo que era un colectivo, yo supe qué es caminar y por eso yo no dejo las búsquedas”.
Ella acompaña la búsqueda de otras familias, como la de Evelina, quien resalta que el libro recuerda que las personas desaparecidas “siguen en nuestros corazones, no las hemos olvidado y seguimos de pie, luchando y buscando”.
Su activismo logró que se reconociera que Samuel, su hermano, y otros 21 migrantes, eran parte de las personas desaparecidas en Guanajuato y fueran integrados al registro estatal y nacional. Las “Costillas en salsa verde” son el platillo favorito de Samuel; en ese mismo recetario está la receta del “Pozole para Antonio y Gregorio”, el “Guisado de bistec para Héctor”, así como platillos favoritos de otras personas migrantes que desaparecieron en el mismo viaje.
El equipo decidió que la distribución y la venta del material se lleven a cabo vía la página oficial del proyecto Recetario para la memoria; también se ha distribuido en las Ibero León, Ciudad de México y Puebla, así como en el ITESO. También estará a la venta en las librerías Gandhi, las librerías del Fondo de Cultura Económica y Amazon (versión Kindle).
En 2022, el Comité contra las Desapariciones Forzadas de la ONU señaló en un informe especial que en México es necesaria una política nacional de prevención y erradicación de las desapariciones forzadas, así como la difusión de información acerca de la desaparición, porque “para muchas personas, las desapariciones siguen siendo ‘problema de otros’”.
Como dijo una víctima, menor de edad: “No pensaba que esto existiera o que me podría pasar a mí. No es el tipo de cosas que te enseñan en la escuela. Cuando de pronto desaparece tu mamá, no tienes idea de lo que hay que hacer. Es una pesadilla que reinicia cada día”.
Por eso, Alejandra Díaz explica que “es muy importante que este libro pueda llegar a muchas más manos que no necesariamente están rascando la tierra o averiguando dónde están nuestras personas desaparecidas; eso permite que las madres buscadoras, las hijas buscadoras, las hermanas buscadoras, los hijos, la niñez y la adolescencia de personas con un familiar desaparecido no sean estigmatizadas, no sean revictimizadas”.
Construcción de memoria, construcción de verdad y búsqueda del acceso a la justicia: es lo que logra el libro al romper con la narrativa oficial. Las familias esperan que el recetario ayude a romper el fenómeno del silencio en torno al problema de la desaparición. En el epílogo del libro, la fotógrafa Zahara escribe: “Este libro es un pretexto para abrir diálogos, poner sobre la mesa esas ausencias sin justicia, esas ausencias son de todxs. Hoy en México se busca a más de 100 mil personas”.
Este texto fue publicado originalmente por la revista Magis y se comparte con la autorización de su autora. La publicación original se puede consultar aquí.