A la memoria de Reyna Xóchitl González y Heriberto López, y de quienes murieron sin encontrar a sus hijos
Edición: Jessica Ayala
Fotos: Archivo de la familia López González
Era el 26 de agosto de 1991. Era la colonia Ampliación Lázaro Cárdenas en Torreón. Y era de noche. Era un lunes. Uno cualquiera para la familia López González. Eran pasadas las nueve.
“Éramos cuatro niños: dos niñas y dos niños. Nunca se me va a olvidar: David, Argentina y Edna y yo”, dice Edén López González, de 37 años.
Aquella noche él era sólo un niño de siete que había salido a jugar junto con su hermana, de ocho, y otros dos niños mientras su padre descansaba en casa y su madre terminaba su turno en la clínica 16 del IMSS como enfermera, su trabajo desde hacía años.
Los cuatro fueron entonces a las vías del tren, a donde podían pasar como quien cruza a una calle más, contrario a hoy día que una barda las separa de la colonia. Solían ir a jugar cerca de una antena en la que se divertían escalando.
Esa noche encendieron una pequeña fogata y estuvieron ante ella un rato. Después regresaron a casa. Las dos niñas tomaron un camino diferente al de los niños, pero volvieron al lugar para apagar el fuego, según narró la pequeña Argentina.
“Elegimos los dos niños irnos por un lado y las dos niñas por otro. Y ahí fue donde a ellas las aborda un tipo. Y pues es donde se roba a mi hermana”, cuenta Edén.
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Reyna Xóchitl González y Heriberto López, padres de Edna Xóchitl López González, la buscaron a los alrededores de la colonia hasta las seis de la mañana. Reyna tenía entonces 33 años; Heriberto, 34, y trabajaba de administrativo en la Dirección de Seguridad Pública.
Los vecinos se les unieron: salieron de sus casas para buscar a Edna, una niña morena clara, de cabello negro y cejas pobladas, que llevaba un vestido rosa con bolsas, unas arracadas grandes y huaraches azules de hule. Varios encendieron antorchas y fueron a indagar entre la oscuridad de las vías del tren.
“Ella tenía en sus cuadernos fotografías de animalitos, conejitos y emblemas de ‘te quiero’, ‘te amo’. Era una niña seria, o sea, no era una niña extrovertida, traviesa”. Así la recuerda Edén. Considera que su hermana era detallista, una característica muy propia de su familia, lo que explica aquellas notitas.
También guarda en su memoria los momentos que compartieron, que siempre estuvieron juntos, como hermanos siempre juntos.
“Yo llegué, creo, como a las 15 o 20 para las 10 de la noche, llegué allá y ya tenían ahí mucha gente. Fácil fácil había unas 40 o 50 personas, porque todo mundo luego luego corrió”, relata ahora Honorio López, tío abuelo de Edna.
Según rememora, los vecinos habían sacado lámparas para peinar mejor la zona y él se fue a recorrer los alrededores con Edén y el otro niño, David, quienes le iban reconstruyendo el trayecto: por aquí entramos, aquí estuvimos, aquí anduvimos recogiendo cosas para la fogata, le decían los menores. A esas horas aún quedaba algo de lumbre en la hoguera.
“Ahí anduvimos investigando, en las casas, preguntando. No, nadie se dio cuenta, nadie vio”.
PRIMERAS INDAGATORIAS
Esa noche el pequeño Edén durmió en casa de una compañera de su mamá. Al día siguiente sus papás se ocuparon tanto en buscar a su hermana que él ni siquiera los vio en todo el día.
Heriberto, padre de Edna, levantó la denuncia en una agencia del Ministerio Público adscrita al CERESO, y así se abrió la averiguación previa número 80/991.
Carlos Salinas de Gortari —entonces presidente de la República— visitó La Laguna el 5 de septiembre de 1991. Habían pasado 10 días sin saber nada de Edna. Sus padres, en compañía de familiares y amigos del trabajo, lo abordaron durante esa gira en la región.
Reyna se plantó frente al presidente y le entregó una carta en la que le pedía ayuda para ubicar a su hija.
El escrito, firmado también por sus compañeros de la Clínica 16 del Seguro Social, dejaba ver una hipótesis del motivo del rapto: «Hacemos de su conocimiento que este tipo de ultrajes a los niños están sucediendo con mucha frecuencia en esta ciudad, a quienes incluso se les han extraído órganos vitales».
La respuesta del presidente fue enviar elementos de la Interpol a Torreón, quienes llegaron comandados por Juan Miguel Ponce Edmonson. Años después este agente se convertiría en director de la corporación en México.
Sin embargo, de nada sirvió. El 9 de octubre de 1991, 30 días después de que la organización emprendiera la búsqueda en Torreón, La Opinión publicó una nota titulada “Fracasados en el caso de Edna Xóchitl se fueron los agentes de la Interpol”.
“El apoyo sí se dio —dice Edén— pero lo que siempre mis papás comentaban era que no fue constante, fue nada más en ese tiempo. Ya después lo pasaron a otra jurisdicción y así acabó difuminándose hasta que terminaron mis papás pagando un investigador particular”.
Cuando habían pasado sólo 21 días de los hechos, Reyna, la madre de Edna, dijo para La Opinión que no se quedaría cruzada de brazos, que iría a la Ciudad de México y recorrería las estaciones de radio y las televisoras, y pegaría la foto de su hija por doquier para que todo mundo la escuchara: «Iré a ECO y con Silvia Pinal porque son los programas más vistos, y sé que algo bueno ha de pasar», dijo aquella ocasión.
Así que se trasladó a la capital y lo logró. Un episodio sobre el tema se transmitió en Mujer, casos de la vida real el 27 de noviembre de 1991, apenas tres meses después de la desaparición. La actriz Leticia Perdigón interpretó a Reyna Xóchitl, Noé Murayama a Heriberto, y Denisse del Castillo a Edna.
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Fueron dos investigadores privados los que la familia tuvo que costear de su bolsillo: Jesús Arreola, alias el Arete, y Rodolfo Ordaz Santillana. Para recabar fondos hicieron rifas que vecinos, amigos y familiares apoyaban de vez en vez.
Colocaron urnas afuera de Peñoles y los compañeros de Reyna, de las clínicas, 16, 18 y 71 del IMSS, apoyaban con lo que podían cada pago de quincena.
Incluso, recuerda Edén, el futbolista Ramón Ramírez —en ese entonces jugador del Santos Laguna— les regaló un jersey con su número para que lo subastaran.
La investigación privada tampoco llevó a nada en concreto. Hacia finales de mayo de 1992 los padres de Edna prescindieron de este servicio en el que habían gastado 14 millones de pesos —unos 14 mil pesos en la moneda actual.
Heriberto y Reyna decidieron poner una queja ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) para que la institución investigara las irregularidades de la autoridad coahuilense.
El organismo emitió la recomendación 163/1992 seis días antes de que se cumpliera el primer año de la desaparición.
A través de ese documento se le solicitó al entonces gobernador de Coahuila, Eliseo Mendoza Berrueto, y a la Procuraduría General del Estado que nombraran a un fiscal especial para dirigir la investigación.
El elegido fue Octavio Orellana Wiarco, quien para entonces era notario público y décadas atrás había fungido como juez de Primera Instancia del Ramo Penal de Torreón.
Si bien tampoco logró encontrar a Edna, su carrera siguió en ascenso. De 2000 a 2006 fue director del Instituto Superior de Estudios de Seguridad Pública de Coahuila y en marzo de 2007, durante la administración del expresidente Felipe Calderón, fue nombrado titular de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos cometidos contra Periodistas. Ocupó ese cargo hasta febrero de 2010. A su partida no faltaron los cuestionamientos por la falta de resolución de los asesinatos de comunicadores en todo el país.
Las autoridades mexicanas no dieron con el paradero de Edna, pero sus padres no limitaron su búsqueda al territorio nacional, sino que la extendieron al extranjero. Su presencia en las regiones del sur de Estados Unidos fue frecuente y medios tejanos como El Paso Times dieron seguimiento a esa labor.
En el camino se encontraron con la familia de José Guadalupe Villagrán, un niño de 10 años que había desaparecido el 26 de noviembre de 1990 en la colonia Moderna. Los medios de comunicación escribieron sobre ambos casos y sus coincidencias, en ese entonces extraordinarias.
DROGADICTOS Y DEMENTES, LOS CULPABLES FICTICIOS
“Se buscan culpables ficticios para ver si ya los papás callan un poquito, dejan de visitar lugares, medios, hablar y, pues, así tratar de tapar”, dice Edén, y que a pesar de todos los detenidos que hubo que resultaron ser chivos expiatorios, sus padres nunca se enfrascaron en polémicas con el Gobierno ni con la policía.
“Lo que más se escuchó fue lo del mentado Frijol. El tipo este fue el que dijo que había sepultado a la niña cerca de los panteones del Carmen o Municipal, que están al sur de la ciudad. Fueron y se dieron cuenta de que era una osamenta de una persona de una edad que no concordaba con la de mi hermana”.
El 6 de febrero de 1992 se giró una orden de aprehensión en contra de José Luis Castañeda Ibarra, alias el Frijol, quien era acusado principalmente de haber asesinado a su cuñado unos días antes de la desaparición de Edna.
El 14 de febrero el comandante regional de la Judicial de Coahuila, Pablo Villalobos Romero, anunció la captura del Frijol. Junto con él, detuvieron a Cornelio Álvarez Soto, el Cone, a quien José Luis señaló como su cómplice.
Argentina, la pequeña que esa noche jugaba con Edna, lo identificó.
“Se buscan culpables ficticios para ver si ya los papás callan un poquito, dejan de visitar lugares, medios, hablar y, pues, así tratar de tapar”
Edén
La policía llevó a José Luis, el Frijol, al panteón Jardines del Carmen, ya que les había dicho que ahí había enterrado a la menor porque «se le había pasado la mano». El sitio se llenó de gente curiosa por saber si al fin habían encontrado a la niña.
En su declaración a la Policía Judicial, el Frijol también confesó haber secuestrado a una niña en Ciudad Juárez, Chihuahua, para vendérsela a una gringa de El Paso, Texas, que no podía tener hijos.
De las dos acusaciones que pesaban en su contra, el Frijol sólo admitió la responsabilidad de una: el asesinato de su cuñado. Sobre Edna Xóchitl, dijo que todo lo que había declarado era falso, argumentando que se había visto obligado a hacerlo porque se «sentía morir» en el severo interrogatorio de los judiciales.
Por su parte, Cornelio Álvarez, el Cone, dijo que José Luis estaba dañado de sus facultades mentales por las drogas y que ni siquiera había estado con él la noche en que la niña desapareció.
Otro nombre que en su momento sonó como presunto culpable fue el de Arturo Bárcena Pérez. La policía lo capturó en septiembre de 1991 en Gómez Palacio porque sus características coincidían con las del retrato hablado que se tenía del responsable.
Dos días después de su arresto, declaró que raptó a otras niñas. Cuando le mencionaron a Edna, se puso histérico e intentó golpear a los policías.
Según información de El Siglo de Torreón, el día de su aprehensión, Bárcenas Pérez llevaba una mochila y dentro tenía un cráneo de perro y varios huesos.
El hombre, que había sido deportado de Estados Unidos el 19 de abril, terminó por fingir demencia y, por incoherencias en sus declaraciones, la PGR determinó que él no era el verdadero culpable.
También en septiembre de 1991 fue capturado José Díaz Pérez, quien al principio dijo llamarse José Yepes Murrieta. Una mujer lo había denunciado porque intentó llevarse a su hija de 10 años. Lo detuvieron en La Dalia, a un costado de la colonia donde Edna desapareció, y también fue identificado por la niña Argentina como el sujeto que se llevó a su amiga. Sin embargo, optó por declararse demente.
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La CNDH pidió a la Secretaría de Gobierno del Estado de Coahuila un informe sobre el caso. La dependencia respondió con un documento fechado el 30 de junio de 1992 y firmado por el entonces secretario, Felipe González Rodríguez.
Lo que esa instancia pública consignó en papel fue que las autoridades habían hecho todo bien: «La Procuraduría de Justicia ha integrado debidamente los expedientes correspondientes a la investigación policíaca, a la averiguación previa y a los datos personales de la niña secuestrada […] Esta Secretaría de Gobierno ha podido constatar que en el ejercicio de sus funciones ese órgano ha cumplido cabalmente con sus responsabilidades».
Nada más alejado de la realidad. La CNDH corroboró que muchas de las investigaciones a las que hacía referencia el informe se hicieron con recursos propios de los padres de Edna y que, incluso, ellos mismos habían hecho esas diligencias.
El organismo documentó más irregularidades, como el hecho de que José Luis Castañeda Ibarra, el Frijol, principal sospechoso, en su declaración hizo referencia a dos cómplices que no fueron rigurosamente investigados. Mientras que otros señalados, como Arturo Bárcenas Pérez y Mario González, la Lagartija, dieron datos que requerían una investigación profunda y tenían antecedentes de robo de menores en los cuales no se indagó.
La denuncia que Heriberto, padre de Edna, levantó al día siguiente de la desaparición no fue ratificada ni complementada con la declaración de Reyna ni con las de los niños que esa noche de agosto de 1991 jugaban con su hija.
Además, la averiguación previa no contó con peritajes, inspecciones, testimoniales, estudios de la familia, vecinos y amistades, lo que complicó la consignación de los presuntos culpables.
La CNDH también aclaró que los informes de la Policía Judicial no tenían secuencia lógica, pues carecían de fecha. Y que la reconstrucción de los hechos se hizo el 6 de septiembre: 11 días después de que desapareció Edna. No sólo eso, sino que esa reconstrucción no estaba ni documentada, sólo existían algunas fotografías.
La conclusión de la comisión fue clara: desorden, desorganización, falta de sistematización y descuido. «No existe un expediente debidamente integrado, pues les fue mostrada (a los enviados de la CNDH) durante su visita a la Subprocuraduría del Estado en la ciudad de Torreón, Coahuila, una cantidad de hojas dispersas que carecían de folio, firma, fecha, cronología, continuidad y otros elementos que son imprescindibles en la conformación de toda indagatoria».
LA UNIFICACIÓN DE ESFUERZOS PARA BUSCAR A NIÑOS DESAPARECIDOS
En 1991 el periódico La Opinión hablaba de las desapariciones de niños como un problema social que no era debidamente atendido.
El caso de Edna Xóchitl, al igual que el de José Villagrán, caló hondo en la comunidad lagunera. Sus padres comenzaron a tocar muchas puertas hasta que encontraron al abogado José Guadalupe López Domínguez.
De ahí surgió, el 1 de octubre de 1992, la Fundación Pro-Localización de Niños Desaparecidos A.C. La organización puso sobre la mesa un tema que cobraría relevancia en otros estados y ciudades del país como Chihuahua, Tamaulipas y el Distrito Federal, donde también surgieron grupos similares.
Los medios de comunicación laguneros hicieron frente común con la fundación mediante notas en diarios y espacios en programas radiofónicos y televisivos para presentar información sobre los niños ausentes. Publicaciones de otras partes del país, como Proceso, Muy interesante, Adelante, Custodia y El Diario de Nuevo Laredo también se sumaron.
Un desplegado publicado en octubre de 1993 en El Siglo de Torreón da cuenta de las actividades de la organización en su primer año, entre las que destaca la alianza que logró con la Vanished Children’s Alliance en San José California, la asociación más antigua en Estados Unidos en la materia, que incluso fue reconocida por el Departamento de Justicia de aquel país.
“No existe un expediente debidamente integrado, pues les fue mostrada (a los enviados de la CNDH) durante su visita a la Subprocuraduría del Estado en la ciudad de Torreón, Coahuila, una cantidad de hojas dispersas que carecían de folio, firma, fecha, cronología, continuidad”
Informe de la CNDH
También resalta que los casos documentados por la fundación alcanzaron adaptaciones en programas como Mujer, casos de la vida real, además de la presencia de los padres en emisiones televisivas como Y… Usted ¿qué opina? con Nino Canún, y 60 minutos con Jaime Maussan.
“A cargo estaba el licenciado López Domínguez, que tenía mayor conocimiento de Derecho y relaciones públicas, eso también tuvo mucho que ver para que se formara este grupo. Terminó difuminándose hasta que el último que quedó a cargo del barco fue el licenciado”, dice Edén acerca de la fundación.
Él conserva un reconocimiento que Dan Morales, fiscal General de Texas en el periodo 1991-1999, le entregó a su madre Reyna Xóchitl por su respaldo en la implementación de mecanismos relacionados con el secuestro internacional de menores.
La asociación permaneció activa durante la década de los noventa y representa un referente en la organización social para la búsqueda de personas desaparecidas, aunque pocos la recuerdan e incluso es ignorada en informes especializados en la materia.
Por ejemplo, la investigación del Colegio de México, titulada “Formación y Desarrollo de Colectivos de Búsqueda de Personas Desaparecidas en Coahuila: Lecciones para el futuro”, expone los detalles de las agrupaciones creadas a partir de la violencia derivada de la guerra contra el narcotráfico, sin embargo, carece de antecedentes.
El estudio menciona que la primera desaparición documentada en La Laguna fue la del periodista Cuauhtémoc Ornelas Campos, director de la revista Adelante, ocurrida en 1995. Después vendría, en 2004, el caso de Fanny Sánchez Viesca Ortiz. Sin embargo, omite los casos de Edna Xóchitl y José Guadalupe Villagrán.
Los registros oficiales también abonan a la invisibilización de ambos niños. A través de la solicitud de información 00351521 en la Plataforma Nacional de Transparencia, la Comisión Estatal de Búsqueda en Coahuila respondió que hasta 2020 había 271 personas en estatus de desaparecidas y que el caso más antiguo era de 1994.
El mapeo del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) tampoco muestra casos ocurridos entre 1990 y 1992.
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La Fundación Pro-Localización de Niños Desaparecidos tenía grandes planes: establecer centros de capacitación para investigadores en búsqueda de menores, contar con un edificio propio, una red de radio y recursos suficientes para montar una estructura que permitiera encontrar a infantes ausentes.
Aunque la organización se disolvió antes de cristalizar esos proyectos, su legado trascendió para que la entonces Procuraduría de Justicia del Estado creara agencias del Ministerio Público para la atención a delitos relacionados con secuestros, raptos y desapariciones, además de crímenes cometidos en contra de menores de edad y discapacitados. Estas nuevas figuras suplieron también a la fiscalía especializada para la búsqueda de Edna Xóchitl.
“El caso siguió vigente porque mis padres continuaron yendo a programas de televisión o lugares donde los invitaban”, dice Edén al recordar que incluso acudieron a El show de Cristina —conducido por Cristina Saralegui— en Estados Unidos.
Pero llegó el momento en que el cansancio alcanzó a Reyna Xóchitl, habían sido varios años de búsqueda ininterrumpida y nada pasaba. Los programas de televisión, los desplegados en los periódicos, agentes de la Interpol, una fiscalía especializada. Nada funcionaba. No tenían ni una pista sólida.
“La realidad es que llegó, por así decirlo, un break en el cual mi mamá decide embarazarse, bueno, deciden embarazarse, para tener a nuestro tercer hermano y tomar ese pequeño respiro de tantos años que estuvieron en la labor”.
Ese hermano fue Adán. Nació en 1996.
Lupita Vaquera Villanueva, quien fuera amiga y compañera de trabajo de Reyna durante muchos años, recuerda cómo en su momento la gente empezó a criticar a la familia.
“Dijeron muchas cosas de ella que no deberían, que la gente no tiene derecho a decir. Por ejemplo, cuestionarle por qué se embaraza”.
LA DEPRESIÓN QUE SIGUIÓ
«Es una angustia que mata no saber dónde está mi hija, es como morir poco a poco. En la casa está todo al revés», dijo Heriberto López en agosto de 1993 para la extinta revista lagunera Adelante.
El padre de Edna habló esa ocasión de la desconfianza que generaron las corporaciones encargadas de investigar el caso. «Cuando surge alguna pista he tenido que acompañar a los agentes para cerciorarme de que fueron a investigar», contó.
La ausencia de Edna siguió calando en la vida de la familia López González con los años y la salud de Heriberto lo reflejó.
Honorio, su tío, narra que su sobrino duró un largo tiempo sin trabajar, que se la pasaba en casa, que estaba bebiendo mucho y que él le decía “ya no le eches tanto, Heriberto”. Pero él insistía en que esa era la única manera que tenía de soportar los años de ausencia de Edna.
Para ayudarlo a salir de ese hoyo, se lo llevó a trabajar con él a un negocio de fabricación de resortes que tenía en ese entonces.
“Un día me dijo: ‘¿Sabes qué? Pues no sé que me está pasando, me siento mal’. Pero yo lo achaqué a lo mismo, a la depresión. Ya la depresión era continua”
Un par de días después, Reyna le habló por teléfono para avisarle que Heriberto no iría a trabajar porque seguía sintiéndose mal y pensaba llevarlo al hospital.
Aquella vez, ya internado, Heriberto le pidió a su esposa que le llevara a su hijo Adán. El pequeño tenía apenas dos años y, como estaba prohibida la entrada de niños al hospital, sólo pudo mostrárselo por una ventana.
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«Tu padre acaba de morir. Beto nunca se cansó de buscarte, agotó junto con tu madre Reyna, todas las pistas que han tenido a su alcance por muy simples y lejanas que éstas sean, sacrificando de cuanto han podido contar con la esperanza de encontrarte».
Así comenzaba la carta que José Guadalupe López Domínguez le escribió a Edna tras la muerte de su padre y que publicó en El Siglo de Torreón. Heriberto murió de una tuberculosis pulmonar el 1 de julio de 1998. Tenía 41 años.
“Y ahí ya aflojó la cuestión de la búsqueda. Hasta un día que me habló ella (Reyna) que si la podía acompañar a Ciudad Juárez”, dice Honorio.
Edén considera que la ausencia de su padre hizo que su madre se concentrara en él y su hermano.
“En ese tiempo mi mamá tenía como dos años que acababa de enviudar, sin embargo, tomó la decisión de avocarse a su trabajo, actualizarse, seguir, sacarnos adelante como sus hijos, pero sin nunca perder esa fe de algún día volver a ver a mi hermana”.
LA ÚLTIMA BÚSQUEDA
Un día de 2004, un vecino de la colonia Ampliación Lázaro Cárdenas llegó a casa de la familia López González para darle una última esperanza acerca de dónde podría estar Edna.
“Le dijo a mi mamá que él tenía una pista de una muchacha que compartía una similitud con mi hermana, y que estaba en Delicias, Chihuahua; la tenía sometida en un bar una persona de quien nos dio como señas particulares unos tatuajes”.
A Reyna le habían diagnosticado un cáncer tiempo atrás y Edén no estaba de acuerdo con que viajara porque sus condiciones no eran óptimas. Aunque al final terminaría acompañándola. Su madre llamó a Honorio para que fuera con ellos y así salieron a una nueva búsqueda.
“Yo creo que no faltó nada por hacer, nada absolutamente, porque Xóchitl le dijo a todo mundo al que le tenía que decir, le pidió ayuda a quien tuviera que pedir”
Lupita Vaquera
Según relata Edén, estuvieron en Ciudad Juárez una semana siguiendo la pista de las personas que les habían descrito días atrás.
“Regresamos a Torreón. Llega deprimida, llega un poco cansada, y de ahí empieza la fase terminal en la que acaba siendo hospitalizada”, cuenta Edén, y dice que todas las pistas de las que él guarda recuerdo no llegaron a nada en concreto, todo siempre fue una ilusión.
“Yo pienso que el cáncer fue por esa profunda tristeza de siempre, se te instala la tristeza como un estado de vida, como que es ya parte de ti y no te la puedes quitar de encima”, dice Lupita Vaquera Villanueva, amiga de Reyna.
Rememora que ella la visitó aún en su casa, poco antes de que fuera hospitalizada, pero ya había perdido algo de lucidez, pues le contaba que Edna había ido a verla.
Lupita estuvo junto a Reyna en su última noche en el hospital y recuerda que le seguía diciendo que Edna había ido, que la mirara porque ahí estaba, que estaba muy bonita, que viera cómo se había puesto.
“Y fue esa noche, para amanecer, que terminó. Quiero pensar que en lo último ella estuvo feliz”.
Reyna Xóchitl González falleció el 30 de julio de 2004 por un cáncer cervicouterino en la clínica 16 del Seguro Social, el lugar en el que trabajó gran parte de su vida. Tenía 46 años.
“Yo creo que no faltó nada por hacer, nada absolutamente, porque Xóchitl le dijo a todo mundo al que le tenía que decir, le pidió ayuda a quien tuviera que pedir”, dice Lupita.
EL LEGADO DE UNA BUSCADORA
La historia de Edna y la labor de sus padres sirvieron como un referente para quienes buscan todavía a sus hijas e hijos desaparecidos.
“Hizo mil veces más cosas que yo en menos tiempo, porque ella tenía una pista y se aferraba y hasta en avioneta la llevaban a los lugares”, dice Silvia Ortiz sobre Reyna.
Silvia es presidenta de Grupo Vida y una de las voces más visibles y fuertes a nivel local y nacional por el caso de su hija Fanny, desaparecida desde hace casi 17 años.
En 2005, su hija tenía sólo 10 meses de haber desaparecido y ella era inexperta en esa tarea de buscar hijos ausentes. Por esas fechas, ella y su esposo Óscar, en conjunto con María Cristina Castañeda, madre de Adela Yazmín Solís, desaparecida ese mismo año, iniciaron una huelga de hambre a las afueras del Palacio Federal de Torreón. Fue a raíz de esto que Edén se puso en contacto con Silvia.
“Él habló con nosotros, muy atento él, con todas las ganas, traía muchas cosas, muchas interrogantes”.
Edén, entonces ya un joven de 20, le mostró a Silvia un álbum que había dejado su madre con fotografías, recortes de periódicos y demás archivos de todos los años en que ella buscó a su hija.
También se unió a algunas actividades y marchas con esas madres que apenas empezaban a vivir en carne propia lo que es buscar a un hijo o hija desaparecido. Hasta que llegó el momento en que Edén tuvo que decir no más: sus tíos lo convencieron de desistir.
“Le dijeron que no, que ya habían perdido a papá y mamá, y quedaban él y su hermanito y no iban a permitir que también se perdiera su vida en una búsqueda de dolor”.
Silvia recuerda que el acercamiento de Edén con ella fue breve, pero significó un gran aprendizaje.
“Me ayudó en esta parte de qué hacer. El ver los álbumes de la señora me ayudó un poco en también poder avanzar. El trabajo que hizo ella fue enorme, titánico”.
30 AÑOS DE MEMORIA Y FE
Han pasado tres décadas sin Edna Xóchitl. Después de la muerte de sus padres, Edén hizo una pausa en la búsqueda de su hermana para salir adelante con su hermano y se mudaron a Monterrey por unos años.
Edén heredó la profesión de su madre y trabaja como enfermero en la Clínica del Seguro Social en San Pedro de las Colonias. Dice que nunca ha dejado de querer a Edna y mantiene la esperanza de que la volverá a ver.
“Yo en lo personal siempre he tenido mi puesta en que algún día la voy a volver a ver. Espiritualmente ellos (mis padres) a lo mejor estando arriba ya la vieron, ya saben dónde está”
Menciona que ahora, a 30 años, sólo puede decir lo orgulloso que está de lo que hicieron sus padres y que aún aguarda por su hermana.
“Aquí estamos, aquí estamos para ella, que no tenga miedo en regresar, que seguimos estando donde mismo, que a lo mejor hemos crecido y tenemos otros pensamientos, pero no dejamos de creer que es parte de nuestra familia”.
Edén hizo una remembranza del caso para la conmemoración de este año y contó la historia de la familia López González para que el legado de sus padres no se olvide.
“Hemos sido criticados, hemos sido juzgados, pero lo que nos ha hecho fuertes es ese ADN que tenían ellos, ese ADN que nos mostró que, en los tiempos de tempestad, en tiempos en los que a lo mejor estaban limitados de muchas formas, lograron hacer algo trascendente que a lo mejor mucha gente puede decir que es simple o que es fácil, pero pues no, nada es fácil, nadie regala nada”.
En ese camino se reencontró con Silvia Ortiz para que lo orientara en torno a la toma de muestras de sangre para buscar alguna coincidencia genética; actualizó la imagen de su hermana con apoyo de una organización y pretende reemplazar la placa de Edna que se instaló en el memorial ubicado sobre la prolongación Colón en Torreón, ya que fue dañada hace unas semanas.
“Te puedo decir que estos 30 años fueron de lucha, de esfuerzo. A pesar de que ellos ya no están, siempre seguirá su esencia. Siempre quedará marcado aquí en La Laguna como uno de los casos que nunca se resolvió, pero las personas que estuvieron ahí e hicieron algo quedaron marcadas”, dice Edén y que él y su hermano Adán están bien, que como hermanos siguen juntos, siempre juntos.