Ni las autoridades ni la población sabíamos que hacer ante un fenómeno tan avasallante como fue el del crimen organizado, del cual fuimos víctimas hace algunos años. La ciudad padeció tanto estancamiento económico como desconfianza generalizada, y las secuelas siguen afectándonos hasta la fecha. Ante tal frustración y el sinsentido de recurrir a la policía, igualmente impotente, surgieron alternativas artísticas para poder hablar de la situación. De entre ellos, a modo de llamado de atención y preservación de la memoria, surgió el proyecto “Desde el umbral”.
En el año 2015 gracias a el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes obtuve una beca a la producción, la cual consistía en hacer un registro de testimonios de personas que habían sufrido ataques debido al crimen organizado. Las personas que formaron parte del proyecto son cercanas a mí, todos tienen oficios y profesiones dinámicas y de provecho para la sociedad. Mi intención era demostrar y evidenciar que los niveles de violencia eran tan grandes que a todos nos transgredió, tanto que repercutió en los núcleos sociales internos, y para la situación, no importaba ya el estatus social, edad o actividad que se desempeñara. Fueron catorce amigos que trasladaron su experiencia al respecto.
Cuando inicié el proyecto no tenía ni idea de lo importante que me iba a resultar en lo personal y al grado que me iba a trastocar. Hubo momentos que me sentí abrumado debido al impacto de escuchar las vivencias de mis allegados, pero poco a poco volvió la calma al ver los resultados y el buen nivel anímico de los involucrados. Me di cuenta que más allá de estar elaborando un proyecto artístico con tintes sociales, se volvió un encuentro con la sociedad. Era como repartir el peso.
Un acto esencial del proyecto consistía en intercambiar puertas. Ellos me regalaban una puerta de madera y yo se la reponía y se las instalaba por una nueva. También, ellos mismos escribieron su testimonio con su puño y letra en su antigua puerta. Ese registro y el intercambio, eran un gesto de confianza en varios niveles. Y a pesar de yo mismo haber pasado una situación fuerte, y creer que estaba indefenso ante la intimidación generalizada, me sentía protegido por ese círculo sinérgico.
El hecho de finalizar la producción por la beca, no hizo que terminara el proyecto. El producto cultural resultó ser moldeable, y gracias a la ayuda Alfredo Esparza Cárdenas, lo robustecimos con la intención de volverlo más significativo también para los demás. La idea era generar aristas más allá del contenido museográfico y llevarlo a las calles para darle voz a la gente involucrada. Posteriormente, Alam Sarmiento se unió al proyecto y así creamos algunas actividades para el espacio público.
Hicimos pruebas de montaje en La plaza Madero, en el Centro de Torreón, Coahuila. A pesar de que era un ensayo, al ser en espacio público, la gente que estaba por ahí se acercó curiosa a dialogar con la obra. Se obtuvo un resultado más emotivo de lo esperado. Así fue que, más adelante, en el festival Lerdantino 2019, se ejecutó el plan de trabajo como lo habíamos concebido. Las actividades consistían de realizar actos alegóricos a vista de todos los transeúntes. Empezando por trasladar, a carga en lomo, la pieza desde un determinado lugar, la colocación de las bases y el dejar actuar los dispositivos solos por un momento. La gente se acercaba, leía, observaba las pinturas, abría las puertas y traspasaban el umbral.
Elegimos un día de alto flujo de asistentes en el festival para realizar una activación performática, la cual consistía en generar un vínculo con las personas que se acercaran con cierto interés a la puerta. El actor llegaba, ofrecía una actividad como regalarle un dulce, jugar bebeleche o leer una poesía, quedaba en la elección de cada quien participar o no. Para finalizar, se invitó a la persona a traspasar el umbral, para luego despedirse amablemente y agradecer el tiempo brindado. El interés que demostró la gente al efectuar dichas actividades fue mayor de lo esperado. De pronto los testimonios generaron empatía y se comprendió al fenómeno desde otras visiones. Se demostró que un hecho tan cruel y crudo puede ser motivo de alianza. Cada quien aportó al proyecto y lo enriqueció de significado.
A pesar de todo esto, alguna vez llegué a sentir que en realidad no estaba haciendo nada. No terminé con la inseguridad, no hubo actos legales resueltos ni cambió ninguna ley con base en mi propuesta. El vacío de utilidad práctica era enorme. Con el paso del tiempo, resignifiqué la situación y comprendí que no todo tiene por qué resolver un problema grande —o por lo menos, no se soluciona de la manera que uno piensa: borrándolo—, la confianza generada, el estar presente, el escuchar y el visibilizar sensaciones, ayuda a crear lazos y hace más fuerte a la comunidad. Paulatinamente, el proyecto tendrá más salidas de diversas formas y contextos. Esperando generar nuevos acercamientos.
Las puertas y sus testimonios siguen latentes. Lo importante es la gente.
Miguel Sifuentes Jáquez
Artista Visual e Ingeniero. Coordinador Académico del Centro de las Artes UAdeC. Ha obtenido premios nacionales e internacionales de arte. Su arte forma parte del acervo del estado de Morelos y Coahuila, además de que es coordinador de Arte y Diseño en el portal Heridas Abiertas.