Como aficionada al cine tiendo a establecer relaciones —por lo general arbitrarias y en ocasiones tan remotas que parecen forzadas— entre las películas que veo en determinados lapsos; una semana, un mes, una temporada…
En el caso de las dos películas que comentaré a continuación los puntos en común son más que claros y sumamente relevantes, pues forman parte de las propuestas cinematográficas que aportan miradas alternativas para reconstruir la memoria en torno a tragedias que, dada su atrocidad, corren el peligro de ser enterradas u olvidadas demasiado rápido mientras que aquello que las detona sigue intacto, como es la violencia generada por el narcotráfico.
Sin señas particulares y Noche de fuego (ambas estrenadas en 2021) tienen como trasfondo esta problemática que persiste en nuestro país, pese a que en algunas regiones parezca superada en comparación con lo que vivimos durante los años de la guerra contra el narco.
La desaparición de personas es el tema principal de Sin señas particulares, ópera prima de Fernanda Valadez que destacó en la más reciente entrega del Premio Ariel al ganar en nueve categorías, y que también tuvo buena recepción en festivales internacionales de prestigio, como el Sundance y el de San Sebastián.
Tras un mes completo sin saber nada de su hijo (Juan Jesús Varela), quien partió de su pueblo natal rumbo a Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida, Magdalena (Mercedes Hernández) decide acudir a las autoridades. Ahí comienza su viacrucis. La policía le muestra fotos de gente masacrada en la frontera y ella reconoce entre esas víctimas al amigo que acompañaba a su muchacho. Según la autoridad esa es razón suficiente para deducir que el joven corrió con la misma suerte y que Magdalena firme un certificado de defunción. Lo que lleva a esta madre a negarse es un razonamiento muy sencillo, pero de enorme peso y que jamás deberían ignorar nuestras autoridades: es posible que su hijo esté muerto, pero ¿y si no?
La mujer emprende entonces un viaje para hacer el trabajo que le corresponde al Estado. Viaja hacia la frontera en busca de pistas. Encuentra la hostilidad de gente que, por miedo, prefiere guardar silencio o intentar disuadirla para que no busque más.
Aun así, Magdalena logra extraer datos que van trazándole el camino y en algún punto éste se cruza con el de Miguel (David Illescas), un joven recién deportado de Estados Unidos que anhela reencontrarse con su madre.
El lugar que ambos comparten como destino podría ser cualquiera de la frontera: un pueblo reducido a pueblo fantasma por el narcotráfico. ¿Encontrarán lo que buscan?
Destaco el tratamiento que hace Fernanda Valadez de la violencia, evitando el morbo de mostrar exceso de sangre, cuerpos, balas, etcétera. Su propuesta estética se centra en construir atmósferas que transmitan la opacidad, la soledad, la desolación, la incertidumbre de los personajes de no saber qué terrenos están pisando, a dónde irán a parar geográfica y emocionalmente.
Me parece importante resaltar esta decisión porque intuyo la intención de no revictimizar a miles de madres y familiares de desaparecidos, de no convertir la violencia en un espectáculo.
Esa intención la encuentro también en el filme Noche de fuego, el primero de ficción de la reconocida documentalista salvadoreña-mexicana Tatiana Huezo.
Esta historia, basada en el libro Prayers for the Stolen de Jennifer Clement, se desarrolla en algún lugar de la sierra de México, un punto geográfico atractivo para los grupos delictivos no sólo porque el terreno es fértil para sembrar amapola, sino porque pueden encontrar mano de obra barata y explotar a su antojo otros recursos naturales, apropiarse de todo lo que consideran útil.
En este entorno hostil crecen la pequeña Ana (Ana Cristina Ordóñez) y sus amigas Paula (Camila Gaal) y María (Blanca Itzel Pérez).
Intuimos el peligro que representa ser mujer en un lugar así desde que, en la primera escena, vemos a Rita (Mayra Batalla), madre de Ana, cavando un pozo en el patio de su casa para ocultar a su hija.
Al igual que Valadez en Sin Señas Particulares, en Noche de fuego Huezo evita conscientemente mostrar la violencia con lujo de detalle y se enfoca en mostrarnos su impacto en la vida de la gente, especialmente en la de las niñas, el eslabón más débil en la cadena de depredación de este ecosistema.
Al llegar a la pubertad, Ana (Marya Membreño), Paula (Alejandra Camacho) y María (Giselle Barrera) han aprendido a trabajar en los campos de amapola, a tirarse pecho tierra cuando pasan camionetas llenas de hombres armados que disparan al aire si les place, y a no hacer preguntas.
La primera menstruación de Ana agravará los temores de Rita. ¿Podrá seguir protegiéndola?
Valadez y Huezo también coinciden en señalar la ausencia de Estado que orilla a la gente a buscar mecanismos para intentar hacer el trabajo que compete a las autoridades.
Sin señas particulares y Noche de fuego son muestra del compromiso de las directoras y otras mujeres que trabajan en el cine (buena parte del equipo de producción es femenino) para aportar narrativas en torno a la violencia más orientadas a propiciar la reflexión y el procesamiento de la atroz realidad que a convertirla en un producto lucrativo.
Jessica Ayala Barbosa
Es originaria de Torreón, Coahuila (1988), donde ha desarrollado la totalidad de su carrera profesional. Periodista independiente, egresada de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Coahuila. Es socia fundadora y editora del portal Plaza Pública. Escribe la columna Lagunauta en el suplemento mensual M Laguna de Milenio.