No sé cómo lo hacen pero me encuentran. Me siento todas las tardes encima de una piedra junto a las vías del tren y ellos llegan, uno por uno, sin aviso. Hombres, mujeres, niños. Todos son diferentes y sin embargo el motivo es siempre el mismo: les desaparecieron o mataron a alguien querido. El estado de ánimo que tienen al llegar no es uniforme. Algunos están enojados, otros pretenden indiferencia, otros son más sinceros y sus rostros con ojeras dan muestra de su realidad. Pero todos, todos se inclinan; yo les pongo los labios en la frente y ellos lloran. Me como su dolor. Y así ellos, libres momentáneamente del recuerdo y la incertidumbre, vuelven a vivir, hasta que el sufrimiento regresa, como hace siempre, y les rompe por dentro. Entonces sólo tienen que volver aquí.
Mi habilidad consiste en transportar el sufrimiento. Nadie puede vivir con eso, así que, por las noches, camino por el desierto y lloro sobre los huesos enterrados. Llevo conmigo mensajes, despedidas, secretos. Es un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo. La masacre dejó miles de víctimas. Más de las que ninguna cifra puede registrar. Víctimas de la crueldad, de la ineptitud y del olvido.
Es el final de otra jornada y yo todavía sigo aquí, a las vías del tren. Me descubro demasiado afectado como para ponerme de pie y me quedo una hora llorando. Cuando me siento un poco mejor, lo suficiente para caminar, me levanto y avanzo siguiendo los rieles; y entonces, sobre las piedrecillas de grava, encuentro una muñeca que no estaba allí. Me perfora por dentro. Me pregunto si pronto tendré que ir al desierto, llevando en mí el dolor de una madre, a llorar sobre los huesos de una niña sin muñeca.
Oscar Bonilla
(Gómez Palacio, 1996). Autor de cuento y novela. Ha obtenido distintos reconocimientos, entre los que destacan el Premio Bellas Artes Juan Rulfo 2020 y el Certamen Literario Juana Santacruz 2017. Autor del libro El esqueleto, el hada y otros textos (Secretaría de Cultura de Coahuila – Arte Resiliente, 2020).