Un maestro con el que era imposible no comprometerse y seguir sus pasos, un revolucionario para su época, una persona marcada por la divinidad que llegaba al corazón de los más pobres y necesitados, un obrero solidario.
Así es como describen al padre Pedro Pantoja cinco personas que lo conocieron en diferentes momentos, quienes narran diversos pasajes de la vida del sacerdote que defendió los derechos de los migrantes y denunció la ola de violencia que padecieron muchas familias.
Carlos Manuel Valdés Dávila, amigo personal del sacerdote desde tiempos del seminario, narra que Pantoja tenía un comportamiento guerrillero y solidario desde la adolescencia, seguramente adquirido al ver la lucha de obreros de la fábrica La Estrella, donde su padre trabajó, pero también al darse cuenta de las necesidades de los campesinos.
“Lo conocí en 1959. Estábamos en el seminario diocesano de Saltillo y ahí nos preparamos para el sacerdocio. Nosotros empezamos a pensar, junto con otros compañeros, que ya no queríamos ver el sacerdocio como lo veía mucha gente, o sea, como curas de rosario y de olla, sino situándonos en el mundo actual, no el mundo del pasado. Teníamos 14 o 15 años, a lo mejor 16 o 17, y ya pensábamos que teníamos que romper con el paradigma o las formas de concepción del sacerdocio. Queríamos sacerdotes obreros; sacerdotes que trabajaran en fábricas, en una mina o como choferes de autobús”.
El joven Pantoja se ponía a leer libros de lo que acontecía en ese tiempo en Francia, España y otros países como Bélgica y Alemania. Él y Valdés aprendieron francés y se intercambiaban los libros ante la falta de dinero.
Unos años después se fueron a Nuevo México, al seminario de Montezuma. Allá Pantoja estudió filosofía, pero también inició una revuelta porque los sacerdotes jesuitas que daban las clases pretendían seguir con el sistema de una Iglesia alejada de las causas sociales, mientras que él buscaba acercarse más a los pobres.
Ahí mismo en Estados Unidos el joven conoció además lo que es ser brasero, trailero y albañil.
“En sus vacaciones se fue a trabajar con César Chávez en la cosecha de fresas y de naranja. Estuvo ahí y conoció el movimiento muy fuerte y muy organizado de los chicanos. Fuimos entonces haciéndonos, por decirlo de alguna manera, un poco rebeldes en la forma de concebir el sacerdocio”, cuenta Carlos Manuel Valdés. Añade que así Pantoja empezó a luchar y a hablar de justicia, no de religión ni de salvación, por lo que fue expulsado.
Recuerda que Pantoja no se detenía, y ya ordenado sacerdote, con la ayuda del obispo Luis Guízar Barragán, viajó a Ecuador y estuvo presente en la reunión en la que fueron detenidos obispos de América Latina a los que acusaron de marxistas por pretender cambiar la Iglesia.
El sacerdote se dirigió después a Brasil; ahí conoció a Lula da Silva cuando éste era un obrero de la industria metalúrgica y organizaba un sindicato.
“Pedro estuvo ayudándole a alfabetizar obreros en aquellos tiempos junto con Paulo Freire, de quien aprendió pedagogía. Estas son algunas de las realidades y curiosidades de Pedro. Finalmente regresa a México y pide un permiso para ir a París, donde participa en un seminario con el filósofo más espléndido que había en la época: Michel Foucault”.
Todo lo aprendido lo aplicó al unirse a los obreros que iniciaron una huelga por el maltrato que recibían y lo poco que les pagaban en la empresa emblemática de Saltillo en ese entonces: Cifunsa, cuyos dueños eran los influyentes Isidro y Javier López del Bosque, rememora Neli Herrera.
“Fue en un retiro de esos que hacen los sacerdotes cuando se van a ordenar donde lo conocí, gracias al sacerdote Luis Fernando Nieto. Pedro era muy joven y ya estaba metido en la corriente de la Teología de la Liberación, y muy comprometido con los pobres. Cuando surge la huelga nos ayuda a repartir volantes. Las mujeres quedaban impactadas de ver a un sacerdote haciendo eso. El obispo de ese entonces también nos ayuda y ordena que en todas las iglesias se rezará por los obreros y se nos ayudará económicamente”.
“Los López decían que ellos no eran de Saltillo, sino que Saltillo era de ellos, por eso no querían a quienes los cuestionaban o los enfrentaban y desde entonces Pedro fue señalado de muchas cosas, nomás por ayudar a los pobres y, en este caso, a los obreros. Llamaba a la solidaridad de la gente y por eso logramos mucho apoyo y él se ganó mucho coraje de los empresarios”, agrega la activista que luego participó en Alianza Cívica.
A raíz de este apoyo, la misma Iglesia es presionada para sacar a Pantoja de la ciudad debido a sus críticas al sector patronal y por su definición como maoísta, destaca Valdés Dávila.
Después de la huelga, Pantoja fue enviado a las regiones carbonífera y centro de Coahuila, donde conoció la problemática de los mineros y se involucró en la defensa de sus derechos, lo que provocó de nueva cuenta el malestar de los empresarios y de autoridades de diferentes niveles de gobierno que avalaron la privatización de Altos Hornos de México.
Llega a Acuña y trabaja en lo que dejaría huella y por lo que obtendría el reconocimiento como defensor de los derechos de los migrantes.
“Yo tenía 16 años y dirigía la coordinación del movimiento juvenil en la iglesia Fátima, de la que él sería el nuevo sacerdote. Estaba en colonias muy pobres y se tenía que construir el lugar, así que él estaba de albañil trabajando en la construcción. Pudo haberse quedado en Cristo Rey, pero dijo que no, que nos íbamos a construir la nueva iglesia en esa zona. Estuve ahí casi dos años. Él daba la misa de los domingos en el patio de mi casa. Como sector juvenil, armamos varios campamentos y el padre siempre estaba al pendiente de todos. Cuando íbamos al río siempre decía que se metería para ver qué tan profundo estaba; era un excelente nadador y siempre procuraba nuestra seguridad y que tuviéramos alimentos. Me motivó a estudiar psicología”, dice Berenice de la Peña, hoy directora de la facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Coahuila desde marzo pasado (la misma en que estudió el sacerdote), y quien fue su secretaria particular hasta el día de su muerte.
Ahí, en Ciudad Acuña, Pantoja fundó el primer albergue, Emaus, y la asociación civil Frontera y Dignidad, que atendía a los mexicanos deportados de Estados Unidos y posteriormente comenzó a recibir a los migrantes que procedían del interior del país y Centroamérica en busca del “sueño americano”.
Relata que, en vacaciones, al regresar a Ciudad Acuña, hacía su apostolado acompañando al sacerdote por las rancherías a las que iba a dejar ayuda. También organizaron reuniones de las casas de migrantes que se formaron en varias ciudades de la frontera y, junto con otros jóvenes, realizaron actividades como misioneros.
“A eso no estábamos acostumbrados. Ver al sacerdote metido en todo, tratando de ayudar y siempre estar al pendiente de todos y recibir a toda la gente que llegaba. Yo iba a hacer mi servicio social ahí en la Casa del Migrante de Acuña, pero es cuando llega el obispo Raúl Vera a Saltillo y se trae al padre Pantoja, entonces él me dice: ‘no, espérese, que allá voy’. Y, pues, empezamos con la Pastoral Social. Comenzamos a recorrer la zona rural, a ir con los campesinos de General Cepeda”.
Para De la peña, Pantoja era un ser divino que “no sabemos cómo le hacía, pero nunca faltaba comida para los migrantes o para ayudar a la gente. Él siempre estaba presente y yo no entendía. Ahora te lo comparto: había ocasiones en que la gente me decía que lo vio y platicó con él en lugares alejados cuando el mismo día y hora yo estaba hablando o reunida con él, por eso creo que tenía mucha divinidad”.
Su regreso a Saltillo y su defensa a los migrantes provocó la molestia de los grupos de poder y, en varias ocasiones, organizaciones nacionales e internacionales pidieron medidas cautelares para su persona y la Casa del Migrante que se conoció inicialmente como “Belén”.
En el albergue formó más defensores que hoy lo recuerdan como un gran maestro, tal es el caso de Darío Lozano, un argentino que llegó a México como voluntario. En 2012, Lozano estuvo un mes en Saltillo, pero posteriormente amplió su estancia e interactuó más con Pantoja.
“En esta lucha mía de no consensuar mucho con la Iglesia fue muy esperanzador conocer a un padre que lo que decía lo demostraba con sus acciones; estaba ahí día a día y ¡guau! Yo pensaba que este tipo es de los que valen la pena. Él enseñaba con el ejemplo; él estaba siempre presente desde temprano, haga frío, llueva, caiga nieve, haga 40 grados de calor, estaba siempre donde había la necesidad de las personas migrantes; esa era su forma de enseñar”, recuerda.
Para Darío el legado de Pantoja es su compromiso con las causas nobles y considera su partida justo el Día del Migrante como algo que el sacerdote ya tenía marcado.
“Hay gente que está marcada por el destino y el destino quiso que se fuera en el día de quienes él tanto defendió, por quienes dio la vida y eso es un mensaje para todas las personas que trabajamos en la defensa de derechos de los migrantes”.
TAMBIÉN VIO POR LOS DESAPARECIDOS
Si bien la defensa de los migrantes es su principal trabajo, el padre Pantoja también fue de los pocos sacerdotes que atendieron a las familias que tienen a uno o varios de sus integrantes desaparecidos.
Fue quien empezó a denunciar que la ola de violencia en el país provocaba más problemas, como la muerte masiva de migrantes en San Fernando, Tamaulipas, y por ello señaló también la existencia de casas de seguridad en Coahuila, a donde llevaban a las personas privadas de su libertad y de las cuales nada se sabe.
“Fue en 2009 que lo conocí, poco después de la desaparición de mi hijo, mi esposo y mis cuñados. Los sacerdotes tenían miedo en ese entonces y él nos abrió la puerta de la iglesia de Santa Cruz, que fue la primera que nos acogió. Desde ese entonces nos acompañó y luego nos proporcionó la Casa de San José, cuando nos formalizamos como Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos, y siempre llevó a los nuestros a donde tenía que hablar, ya sea en el país o en otros países”, recuerda Lourdes Herrera, madre del pequeño Brandon, quien desapareció junto con su padre Esteban y sus tíos Gualberto y Gerardo.
La madre del pequeño describe al padre Pantoja como valiente y guerrero; un luchador que jamás tuvo miedo: “señaló al Estado Mexicano y dijo que ellos eran los responsables en sus tres órdenes de gobierno, directamente los culpó, se los dijo a sus ojos”.
“Él no tenía pelos en la lengua y nos defendía. Fue un verdadero sembrador de esperanza y de lucha. Desde el primer abrazo me dio su esperanza y consuelo, y sobre todo la fe y la confianza para no perderlas y para no rendirme”.
Su amigo Valdés Dávila recuerda que cuando Pantoja empezó a documentar estas violaciones de lesa humanidad, estaba muy indignado. Cuenta que incluso lo acompañó en varias ocasiones a Tamaulipas, donde se localizaron las fosas clandestinas.
Fueron meses de arduo trabajo y junto con el obispo Raúl Vera y los colectivos de personas desaparecidas lograron llevar la denuncia a organismos internacionales.
“Cuando fue ante la ONU lo trataron muy mal. Le decían que por qué tenían que creerle, pero él no se rindió y trabajó más hasta que lograron llevar la denuncia ante la Corte Internacional de la Haya, donde señalan a los hermanos Rubén y Humberto Moreira por permitir estos delitos de lesa humanidad. Así concebía él su trabajo como sacerdote: apoyando a los necesitados y denunciando las violaciones a los derechos humanos, enseñando a la gente que no debe permitir abusos”, asegura.
¿QUÉ LE DIRÍAN SI PUDIERAN VERLO DE NUEVO?
Carlos Valdés Dávila le pediría seguir enseñando de derechos humanos para que la sociedad se haga más consciente. Además, le pediría más tiempo para disfrutar de esas pláticas como las que tuvo unos días antes de morir, con una exquisita cena y vino.
Neli Herrera dice que le agradecería, como lo hizo muchas veces, el apoyo que les dio a los obreros cuando se necesitaba, así como esa fuerza que les transmitía y les permitió aguantar varios días hasta finalmente obligar a los dueños de Cinsa y Cifunsa a reconocer los derechos de los trabajadores. También le diría que siempre fue como un hermano o un hijo y que le duele mucho su partida, de la misma manera que le duele la de sus padres.
Berenice de la Peña, a su vez, le agradecería las enseñanzas y le diría que hacen falta muchos Pedros Pantoja en el mundo para que aconsejen a las personas.
Darío Lozano le externaría que lo extraña, le pediría un abrazo y que por favor ya no le ponga picante a la comida. Le gustaría disfrutar de nuevo esas convivencias en la taquería a donde solía llevarlo y decirle que le agradece sus enseñanzas y el día que lo llevó a la central de autobuses para despedirlo después de su voluntariado.
Lourdes Herrera le diría que siempre vivirá en su corazón porque es una persona muy especial para ella y su hija, y agradece a Dios por ponerlo en su camino cuando más lo necesitaba.
El padre Pedro Pantoja falleció el 18 de diciembre de 2020 a causa de complicaciones derivadas del COVID-19, ya que jamás dejó de atender a las personas que lo buscaban para que diera los santos óleos a quienes como él perdieron la batalla ante la pandemia, o bien acudir a consolar a la gente cuando fallecía algún familiar.
Camelia Muñoz
Reportera desde 1990. Corresponsal de 4pnoticias.com y MVS Radio en la capital de Coahuila, da cobertura a actos de corrupción y violaciones a derechos humanos.